Podemos: la nueva casta política

Artículo de opinión de Bartolomé Sanz Albiñana, Doctor en Filología Inglesa.

Escribir es un intento de atrapar el tiempo; es recordar. Es también imaginar el futuro, un futuro mejor. Y ni siquiera con la propuesta de Podemos y sus apóstoles, y su voluntad innegable de crear una nueva cohesión social, el futuro se nos presenta más claro y boyante: a todos nos cuesta mucho creer que alguien sin trabajo o azotado por el látigo de la desigualdad llegue a movilizarse y sentirse miembro de la comunidad. Tal vez todo, en el fondo, se reduzca a la falta de una capa de ética protestante en nuestras vidas o a la necesidad de creación de gabinetes que irradien las ideas éticas que la profesora Adela Cortina propugna (El País, 29 de enero de 2015).

De cualquier forma, y que los seguidores de Pablo Iglesias me perdonen, no dejo de pensar en la posibilidad de que su líder se convierta en el Napoleón de Rebelión en la Granja, aquella inolvidable alegoría de George Orwell publicada en 1945. Se recordará que en esa sátira los cerdos, manipulados por Napoleón, van cambiando paulatinamente las reglas de convivencia según les conviene a los dirigentes, hasta el extremo de cambiarlas todas en perjuicio de los currantes de siempre, los gobernados. En otras palabras, van incorporando la corrupción a su modus vivendi. Desconozco si por Venezuela, Ecuador y Bolivia, países que los líderes de Podemos asesoran, el libro que menciono es popular y tiene difusión.

Los agitadores sociales, tipo san Pablo o Trotski, han sido necesarios a lo largo de la Historia. ¿Quién no aspira a proteger al débil? La aparición de Pablo Iglesias es un revulsivo necesario para agitar el actual escenario político español, aletargado con el bipartidismo, y revitalizar así la política. Lo interesante del momento presente que vivimos, en mi modesta opinión, es la sensación de una ciudadanía en movimiento y en ebullición con el aumento incesante de círculos y espacios de participación ciudadana. A mí me recuerda a aquel verano de 1967, en Estados Unidos, cuando el movimiento hippy se rebeló contra las columnas que sustentaban el sistema entonando San Francisco, aquel inolvidable himno de Scott McKenzie, que hasta Los Mustang popularizaron en nuestro idioma: “All across the nation, 
such a strange vibration, 
people in motion. 
There’s a whole generation 
with a new explanation, people in motion, 
people in motion”. Después vino 1968 y todo lo demás.

Y motivos para el hartazgo de la mayoría de ciudadanos no faltan: recortes sangrientos, tarjetas opacas, desprecio a la labor de los institutos de investigación, becas flacas, subidas de pensiones de risa, paraísos fiscales, cursos de formación fraudulentos, el caso Bárcenas, el caso Pujol y todos aquellos que a ustedes les puedan quitar el sueño. En fin, el campo está abonado con los ingredientes adecuados para que surja una revolución. Ahora o nunca. Y los partidos políticos establecidos, muy desprestigiados, en vez de dirigir juntos su mirada hacia el horizonte por donde hay que solucionar los problemas de los ciudadanos, en estos momentos están preocupados por el terremoto Podemos, no tanto por las consecuencias sino porque ven peligrar esa parcelita golosa de poder “ahora tú y después yo” en que se hallan instalados. Demasiado tarde para regenerar el país y poner en marcha leyes anticorrupción por parte de los de “ahora tú y después yo”. Podemos ha dado un golpe de mano o de estado a todas nuestras conciencias, y en esto hay que alabarles.

Los politólogos, historiadores y expertos pueden llamarlo populismo —véase El País, 11 de noviembre de 2014: “Virtudes y peligros del populismo” del profesor Álvarez Junco—, pero ¿qué nombre le ponemos a la situación en que ha vivido este país durante la última década más o menos?

Podemos puede ganar sin demasiada dificultad. Los que le han precedido no se lo han puesto demasiado difícil y además no tienen argumentos sólidos para hacerlo más allá de la descalificación gratuita que se acostumbra a esgrimir en estas ocasiones. Pero hagamos memoria por lo que respecta a la desazón y el recelo que produce en nuestras vidas todo aquello que es novedad: ¿quién garantizaba el éxito futuro cuando el PSOE ganó las elecciones en 1982? Se tuvo que bregar año tras año, y diez años después todo el mundo estaba orgulloso de ser español. Podemos puede ganar. Otra asunto es si se puede enderezar la situación, llevar el barco destartalado a buen puerto y derribar los muros del castillo que siempre hemos conocido. Esa es la duda que nos acompañará durante casi un año. Una cosa es despotricar contra el sistema que entre todos hemos creado, y otra muy diferente es diseñar uno nuevo que sea eficiente y que acabe con las martingalas de los que conquistan el poder, se acomodan y nos gobiernan.

Podemos arrastrará y reunirá a todos aquellos que no se acaban de creer que estamos saliendo de la crisis y que asistimos a los primeros pasos de la regeneración. Su ascenso quita el sueño a la antigua casta y también a los empresarios. No nos dicen exactamente qué van a hacer y cómo. Dicen que no son de izquierdas ni de derechas, ya que lo único que estas etiquetas infunden es descrédito y desconfianza. Sí, ya sabemos, que los ricos paguen más. Se observan pocos avances significativos desde el 15-M, pero la filosofía de la indignación continúa vigente. En 2011 los lemas en las plazas, recordémoslo, eran: “No hay pan para tanto chorizo”, “Nos mean y dicen que llueve”, “¿Dónde está la izquierda? Al fondo, a la derecha”, “Me sobra mes a final de sueldo”, “No falta el dinero; sobran ladrones”, “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, etc. Y ahí estamos.

Bueno, una cosa sí que hemos averiguado en un año: del anonimato y de la falta de caras se ha pasado a la instauración de la tríada de un nuevo acorde, no musical, sino político: Iglesias, Monedero y Errejón. A algunos ya se les ha visto el plumero y se han esforzado por dar explicaciones y buscar fotos junto a santones para justificarse. Vamos a ver qué pasa en un año, aquí y fuera.

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